El dolor no es otra cosa que una experiencia que nos provoca aflicción y malestar, puede ser de naturaleza sensorial o emocional, se manifiesta como un malestar en nuestro cuerpo o en el espíritu, pero en ambos casos genera angustia y nos recuerda lo vulnerable que es nuestra existencia.
Miles de personas salieron, el martes trece de septiembre de 2011, a las calles a despedir a quien consideraban uno de los suyos; un hijo, un hermano, un amigo, un amante, un compañero, un padre, un hombre bueno decían muchos mientras el dolor les consumía el espíritu. Esa sensación de angustia que los hacía pensar en aquellas cosas que en la vida cotidiana parecen no importar.
Es la experiencia del dolor una gran oportunidad para comenzar a enmendar el camino, esa ruta donde valores como; sabiduría, paciencia, perseverancia, voluntad, independencia, humor, tolerancia, gratitud, sinceridad, solidaridad y respeto parecen completamente olvidados, relegados por las ambiciones personales e intereses individuales. Interés de poder, el poder como una herramienta de sometimiento y control ejercido sobre un grupo humano, ese poder egoísta que es retribuido sólo con bienes materiales, ese poder que no era el que este hombre ejercía. El conoció el poder entregado por la sabiduría, ese que viene de la experiencia, ese que te entrega la vida, ese que se construye luego de fracasar, caer, sufrir y llorar muchas veces, ese poder que te hace entender que llegaste a este mundo con nada en las manos y que partirás de el de la misma manera, ese poder que te permite influir en las sociedades para generar alegría, momentos de felicidad, respeto y amor, ese poder que permite que el día de tu despedida millones de personas lloren tu partida, con lagrimas sinceras y pañuelos al viento, corriendo tras tu espíritu y agradecidos de tu paso por este mundo.
Dedicado a Felipe Camiroaga y Felipe Cubillos, hombres que entendieron el sentido de la vida.