Desde hace años vengo manifestando mi preocupación por el avasallante avance de la congestión vehicular en nuestra ciudad de Santiago. Fue en la década del ochenta cuando dije que este problema, lejano para nosotros, en aquella realidad de país alejado del desarrollo económico, nos alcanzaría si no tomábamos las medidas basándonos en las experiencias internacionales. Pues ha sido así, nuestras ciudades experimentando crecimiento productivo han sido aceleradamente, en los últimos años, obstruidas por miles de vehículos. En esta realidad podemos corroborar la frase que dice que cuando la economía crece lo primero que empeora es el tránsito, el desplazamiento se hace más complejo debido a un mayor número de vehículos en las calles a causa del creciente poder adquisitivo, y el comportamiento de los ciudadanos menos solidario, como respuesta al éxito individual.
Hoy nuestras calles y carreteras no permiten un desplazamiento fluido, nuestras ciudades sufren inmovilidad por largos periodos de tiempo en los horarios punta, provocando molestia y descontento a la sociedad en su conjunto, este disgusto generalizado siempre será volcado al interior de nuestra propia comunidad, contribuyendo negativamente a la instalación de hábitos inadecuados en la totalidad de los actores que a diario deben desplazarse en distintas direcciones.
La movilidad representada en el tránsito vehicular y el transporte de una sociedad, siempre ha sido, es y será una gran industria, pero la autoridad nunca debe olvidar el origen y el fin social de la actividad, entendiendo social como perteneciente o relativo a la sociedad; una agrupación natural o pactada de personas que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, los fines de la vida.